He sido una mujer con una facultad innata para resistir y abrazar la vida, incluso cuando ella intentaba empujarme al abismo. Atravesé circunstancias adversas con fuerza, con coraje, con dignidad. Con mirada crítica, con ironía a veces disfrazada, enfrenté las máscaras del mundo, sin perder jamás la sutileza de mi carácter.

Fui heroína de mis propios desvelos. Supe perder, supe ganar, pero siempre supe aprender. Protagonicé, desde el hambre propia, una lucha que también fue la de todos.

Hoy, al mirar atrás, dejo este legado como mi tesoro más preciado: la defensa constante de nuestra dignidad humana. Mi homenaje va a cada hombre, mujer y niño que me acompañó en la vida, en las calles, en los hospitales, en los talleres, en la esperanza. Y deseo, desde lo más profundo, que no quede mi paso en el olvido, que se comente más allá de las fronteras que una vez llegó una mujer llamada Carmen Jesús Leyva Sánchez, que luchó codo a codo por la justicia y los derechos humanos, y que jamás claudicó.

A mis hijos biológicos y a los hijos adoptivos que la vida me regaló en otras tierras: los llevo dentro del alma. A quienes trabajaron en las cooperativas, en las mutuales, a quienes alimentaron al prójimo con un plato caliente o con palabras de consuelo: sepan que sus manos también tejieron este legado.

Mi mayor obra no fue el pan ni el fideo, fue la dignidad ganada juntos. Fue restaurar, con trabajo, un pueblo desquiciado por la violencia, hasta encontrar el equilibrio emocional, cultural y económico que tanto nos fue negado.

A toda la Nación Argentina, y a todos mis amigos en el mundo: con este adiós postrero les dejo toda mi bendición.