Hay canciones que no se cantan: se lloran. “Alma”, en la voz y pluma de Carmen Jesús Leyva Sánchez, es una de esas piezas que no buscan el aplauso, sino el desahogo. En ritmo de vals peruano, esta composición se convierte en una carta abierta al amor perdido, una elegía íntima que transforma el dolor en melodía.
Desde el primer verso—“no sé por qué será, no llego a comprender”—la canción se instala en la incertidumbre. No hay certezas en el amor, solo preguntas que duelen. El vals, con su cadencia melancólica, acompaña esa búsqueda sin respuesta, esa confesión que se repite como eco: “me he sentido morir”.
Pero “Alma” no se queda en la pena. Es también una evocación de lo vivido: “recuerdo inolvidable del amor de ayer”, dice Carmen, y en esa frase se condensa la nostalgia que define al vals criollo. El amor no solo se pierde: se recuerda, se revive, se canta. La melodía se convierte en ritual de resurrección, en intento de florecer lo que ya se marchitó.
La letra, tejida con ternura y reproche, revela una voz que no teme mostrarse vulnerable. “Si escuchas tú mi canto, sabrás que este es el llanto por tu mal proceder”, dice, y con ello transforma el canto en reclamo, en testimonio, en acto de dignidad. No hay rencor, solo verdad.
Carmen Jesús, con su interpretación serena y profunda, le da al vals una dimensión autobiográfica. Su voz no solo interpreta: encarna. Cada palabra parece brotar desde una herida que ya no sangra, pero que aún arde. El vals, en sus manos, se vuelve espejo de una generación que aprendió a amar con intensidad y a perder con elegancia.
“Alma” es entonces más que una canción: es una cápsula emocional, una pieza que honra la tradición del vals peruano como género confesional, como espacio de duelo y belleza. En tiempos donde el amor se trivializa, esta composición nos recuerda que hay dolores que merecen ser cantados, que hay recuerdos que no se olvidan, y que hay almas que, aunque heridas, siguen floreciendo en cada melodía.
JCR
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